Según la mitología griega, la Noche sola dio a luz dos gemelos: Hipnos (el sueño) y Tánatos (la muerte natural). Dice el poeta Hesiodo que también engendró la tribu de los Oniros, mil personajes alados que representaban los ensueños, visiones de las que se servían los dioses para enviar mensajes a los humanos.

Ovidio, en Las Metamorfosis (siglo I), imagina a los Oniros como hijos del Sueño, y de su enorme prole destaca a tres, entre los cuales sobresale Morfeo. Este dios puede adoptar múltiples formas humanas (morfé), imitar voces o simular los gestos de cualquiera, hasta hacernos creer que mantenemos una verdadera conversación mientras dormimos.

Por sus habilidades era el preferido en el Olimpo para llevar algunos mensajes: Iris le pidió volar para contar a Alcíone que su marido Ceix había perecido en un naufragio, aunque la historia luego acaba bien porque a ambos les devuelven luego la vida los dioses convertidos en martines pescadores.

Quedar dormido en los brazos de Morfeo, que es un “dormidor profesional”, es sinónimo de dormir profunda y relajadamente y los médicos de la antigüedad lo tuvieron en sus altares, sabedores del poder sanador de un sueño con gratas compañías.

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