Son la versión más indeseable de los sueños, el lado oscuro de nuestras buenas noches, del “hasta mañana” y del descanso reparador nocturno. A evitarlas ayudan no cenar demasiado ni demasiado tarde, cuidar de la salud y tomarse la vida con calma.
Suceden porque, aunque nos esforcemos por darle argumentos felices a nuestros sueños, la vida se pinta con una paleta de colores en la que también hay tonos oscuros y cuando se les deja también quieren su protagonismo.
Y es que a veces el inconsciente libera las preocupaciones que intentamos olvidar y genera aventuras inquietantes, caras feas y sensaciones angustiosas, ofreciéndonos en el cine del sueño una película de miedo.
Pero de las pesadillas se acaba saliendo y la sensación de confort que experimentamos al despertarnos es proporcional a lo agobiante que fue ese mal rato. Escuchar las pesadillas de otro nunca nos causa el terror que padece el que las sufre, será porque nadie nos conoce como nosotros mismos: seguramente vale más así.
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