Ningún animal fantástico ha sido considerado desde tiempo más antiguo un animal real. Viajeros y poetas dejaron constancia de la existencia de un ser, que terminó siendo un caballo que lucía un hermoso cuerno en su frente y que era capaz de purificar las aguas o enfrentarse a un león.

Algunos aseguraron haberlo visto, otros lo revistieron de leyendas y propiedades mágicas, unos pocos se atrevieron incluso a dibujarlo en libros hechos a mano: aquellos dibujos de época contenían tanta o más verdad para la gente que las fotos actuales.

Los unicornios siguen entre nosotros porque nos resistimos a que no exista un animal tan bello. Si el unicornio existiese en los zoológicos perdería fuerza su atractivo: así juega la imaginación, excitante facultad humana que nos eleva con firmeza por encima de lo real.

Los niños y niñas entrenan su imaginación deseando con fe ver un unicornio, ser su amigo, montar en su lomo, verlo volar. Cuando se pierde este deseo se deja de ser niño y cuando se deja de imaginar se deja de ser humano. Que este mundo inundado de imágenes no apague nunca nuestra imaginación.

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