A menudo se tacha de soñadores a personas que viven para sus ideales o que sencillamente los tienen tan presentes que les definen como las personas que son.

Sus contrarios o complementarios, según se mire, son los realistas, personas aferradas a los hechos, de los que extraen la poca inspiración y entusiasmo que se les puede exprimir.

Don Quijote de la Mancha creía en los ideales de la vieja caballería, en la defensa del desvalido, en la entrega a la persona amada, en el espíritu de aventura, en la lealtad a sus amigos, en la obstinación por la fe en la forma de vida elegida, en la contemplación de la belleza, en el respecto a sus héroes ejemplares.

Su integridad de idealista era su verdadero bálsamo de Fierabras, que curaba las heridas que se ganaba deshaciendo entuertos. Su espíritu de soñador es el que nos recuerda que en el mundo sobran cobardes y faltan personas que quieran dar el paso, ponerse en marcha por algo noble, levantarse de un sillón engomado y vivir una vida diferente.

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