La lechera caminaba con su cántaro en la cabeza, a plena luz del día, para vender su leche en el mercado. Mientras avanzaba echaba cuentas de los ingresos que obtendría por su venta y en su cabeza crecían inversiones y planes de fábula que la convertirían en la rica propietaria de una granja sin par.
Despiste, piedra y tropezón dieron con el cántaro en el suelo y fulminaron el sueño. Adiós gallinas que tendrían pollitos, adiós vaca que tendría terneros, adiós, quesos, huevos y lechones. Fin del sueño, vuelta a la realidad.
¡Pobre lechera del cuento! Y el caso es que hasta el tropezón la historia no iba mal. Por experiencia sabemos que algunos buenos proyectos empiezan con un sueño, con una sobredosis de confiada fantasía por la que se está dispuesto a trabajar y a levantarse después de los tropezones que seguro han de venir.
Si tienes un sueño que te ilusiona, aliméntalo. Como la lechera experimentarás una íntima y placentera sensación de entusiasmo mientras lo das forma y, si además eres perseverante, te verás un día al timón de un velero, en el pódium de un medallero o sencillamente disfrutando del calor de una chimenea en invierno.
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