Cada 100 años tenía lugar una gran asamblea de todos los árboles del bosque. Un viejo y gigantesco arce presidía la reunión y comenzó a hablar de las cosas que preocupan a los árboles altos, como el peligro de ser derribados por las tempestades, mientras el castaño, que representaba a los de grueso tronco, expresó su preocupación por los ataques de las termitas y cosas así.

Las rotundas voces de los árboles altos y gruesos no solían dejar tiempo para que otros tipos de árboles hablasen de sus cosas y así acababan las reuniones con una infinidad de asistentes por escuchar.

En aquella ocasión el sándalo, que tenía muchas ganas de participar, supo hacerse un hueco en la conversación y levantó su voz para llamar la atención sobre la presencia de las especies aromáticas de árboles a las que no se dejaba nunca contar sus cosas, el almendro habló a renglón seguido para recordar que allí también se encontraban muchos otros tipos de árboles que contribuían al bosque con diversidad de flores y frutos, pero que pasaban desapercibidos para los altos y gruesos.

Se inició un acalorado debate en torno al uso de la palabra en aquellas reuniones, y como entre árboles no conviene que suba en exceso la temperatura, un ejemplar de cercis, el árbol del amor, tomó la palabra para recordar que todos los allí presentes eran bosque y que la riqueza forestal dependía de lo que todos y cada uno eran capaces de aportar. Y es así que durante los días sucesivos se escuchó hablar a todos los árboles reunidos, lo que por supuesto les llevó mucho tiempo, aunque al final reconocieron por unanimidad que había merecido la pena darse aquella oportunidad.

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