Egipto entero dependía del agua del Nilo, que era su vida puesto que la agricultura era la base de su economía y la fuente de su progreso. Tres eran para ellos las estaciones del año: inundación, siembra y recolección.

A finales del verano, las lluvias torrenciales, sobre todo en las tierras altas de Etiopía, hacían elevarse las aguas del gran río entre unos 6 y 8 metros. Luego durante el otoño las aguas en su retirada dejaban un limo muy fértil sobre el que se empezaría a sembrar durante el invierno y el principio de la primavera, para acabar cosechando hasta finales del verano.

Menos de 6 metros de crecida podía significar hambre en todo el país y más de 8 la inhabilitación de canales y otras infraestructuras. Los dichosos impuestos también se calculaban en función de las crecidas del Nilo, pues era baremo de riqueza o catástrofe. Por ello desde muy antiguo se midió la altura de las aguas en nilómetros, bellísimas construcciones de las que hoy apenas se conservan algunas en Elefantina, Kom Ombo y la isla de Roda en El Cairo.

El agua sigue siendo hoy vida: quererla, compartirla y consumirla con medida es cosa de gente sabia y comprometida con los valores de su tiempo.

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